lunes, 15 de noviembre de 2010

El crimen del Cine Oriente, barcelona



Soy José Perro investigador particular amador, tentando a ganar la vida con esto trabajo. Por hora yo vivía a hacer aviones de papel en mí oficina y jugaba estos por la ventana. Estaba impaciente, pues, días antes yo había presenciado una cena del un crimen, donde la joven María Dolores, fuera muerta durante la ejecución de una película. Estaba sentada en su butaca de  costumbre en la cuarta fila recostada en la pared. Su  cuerpo fue encontrado al final de la ejecución de la película y ninguna persona que estaba dentro del cine, había percibido algo de anormal, inclusive yo. 
Siempre a los domingos y antes de llegar al cine, María  compraba una gran barra de chocolate amargo y un caramelo en la cafetería que quedaba adelante al cine y asistía invariablemente a una película romántica. Muchas veces repetía la película por semanas.
Era muy tímida  y de pocas palabras,  hablaba solamente lo necesario con sus colegas de la oficina, donde trabajaba de telefonista. Vivía sola, ella y un pez dorado en un apartamiento en otro lado de la ciudad, en el cual después que salía del cine, pegaba a un taxi para llegar  lo más rápido posible. Siempre en lo mismo punto con lo mismo motorista. Nadie hablaban, ni el enderezo la joven hablaba, ya que el motorista sabía exactamente lo itinerario. Llegaban, la joven pagaba el taxista, entraba  en su predio, subía la escalera hasta el tercer andar, abría la puerta del apartamiento, daba ración al pez dorado juntamente con lo caramelo, que compraba en la cafetería. El pez dorado murió también, por la falta de la ración, o del caramelo, quizá. La joven tomaba un baño y dormía, estaba pronta para empezar la semana de trabajo. Pero, en este domingo, las cosas no salieran como de costumbre… 
...Recuerdo que estaba lloviendo a  mares y que entré en aquel cine porque no tenía otro sitio donde meterme. Era domingo, había dado a las diez de la noche y hacía bastante rato que había empezado la película. Me senté en la última fila y lo primero que hice fue quitarme los zapatos, que me habían puesto perdidos de barro. La película que estaban echando era de amor y salía una chica rubia con un buen par de melones y un fulano que llevaba un sombrero con una pluma y un montón de medallas en el pecho. Un tipo con pinta de príncipe o algo así. Al cabo de un rato me quedé como un tronco y cuando me despertó el acomodador había salido casi toda la gente. Ya estaban encendidas todas las luces, pero a pesar de todo  me puso la linterna a un palmo de la nariz y  me preguntó si pensaba que aquel cine era un hotel.
Me disculpé con el hombre y al salir observé que algunas personas estaban al redor de una chica en su butaca. Fue hasta ella y percibí que no respiraba. Paramédicos fueran chamados. Sin nadie más a hacer, pues, ya no había más vida. Ahora era solamente un cuerpo, inmóvil y  frio.
Los policiales, cerraran el cine y interrogaran nosotros  mismo de forma improvisada y informal.
Yo, escuché a la mayoría de las declaraciones y después que nosotros fuimos para fuera yo topé con un hombre que  caminaba impacientemente de un lado para lo otro  en la calle. Pero, en un piscar de ojos él sumió.
En la tarde de martes, después del funeral que fue por la mañana, caminé hasta la oficina, donde María Dolores trabajaba, hizo muchas preguntas a sus colegas  en  y allí estaba también el hombre al  cual yo había topado en lo día del crimen. Pregunté a él lo que hacía domingo adelante del cine y esto dice me que no había salido de su casa en esto día. Pregunté a él que horas eran y él hombre levantó a la manga del paletó y miró a un reloj de oro en formato de corazón y dice me:
-   Son las quince horas señor.
Y esto partió sin comentar más nadie. Pero, mismo que esto miró el reloj rápidamente, pude percibir una marca en su mano, parecida a una mordida o algo semejante. Aquello me dejó un tanto intrigado.
Recordé que una de sus amigas había hablado, que el reloj de María dolores había sumido.
Pedí a Pedro de Ortega, el dono de la oficina, quién era aquel hombre   y  esto me esclareció que aquel hombre era Juan Pérez,  lo responsable por la oficina. Pedí entonces el enderezo de Juan Pérez y que prontamente fue atendido.
Me  encaminé al enderezo y la llegando avisté Juan Pérez entrando en su morada. Sin que él percibiera, entré en su casa también, y miré inúmeros retratos de María Dolores, esparcidos por los armarios, las paredes, en todos los lugares, era la su musa.
Al me mirar Juan Pérez tentó me agredir y después de algunos socos cambiados lo dominé y llamé a la policía.
Juan, en lo interrogatorio, confesó el crimen, con mucha frialdad. Dice que como sabía de su rutina, fue encontrarla en el  cine, donde se aprovechó del ambiente obscuro para ejecutar el asesinato, puez, no suportó de María Dolores, más una negativa a su pedido de casamiento, mismo después de muchos regalos dados a ella, uno deles el reloj de oro en formato de corazón,  al cual, retomó en seguida a tener asfixiado la joven, sería una recordación que usaría eternamente. Fugando rápidamente del cine en medio a la película.
        Bien, después, de recibir la recompensa por resolver más un caso de mi oficina de investigación, o mejor, lo primer caso de mí oficina ahora soy profesional de la investigación.
Fue entonces ojear a la película romántica en que  María Dolores no terminó de asistir. Me senté al lado de la butaca en que ella era acostumbrada a sentarse y fuera muerta. Terminé de asistir a la película,  La boda de mí novia.

 

En el cine casi vacío,  sentí una  brisa suave batiendo  en  mí rosto y  sollozos saliendo de la butaca al lado y con una  embalaje de chocolate amargo jugado en suelo. ¿Sería María Dolores, o es fruto  de mí  imaginación?

Se fuera ella, estará para siempre en el lugar que más amaba, en su butaca de la cuarta fila recostada  en la pared, asistiendo una película romántica en el Cine Oriente.



Martha Rubia Trautmann y Emerson Roberto de Oliveira